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El comienzo de una nueva era
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El comienzo de una nueva era
La putrefacción de las antes mal llamadas mascotas, flores y cuerpos desgarrados y mutilados ya no se podía disimular en las tristes y arruinadas calles de Londres. El centro de esa creciente metrópolis ya no estaba colmado de personas, como si se hubiera presagiado la llegada del apocalipsis. Las tiendas estaban cerradas con letreros gigantes de “no volveremos” o “cerrado por duelo”. El silencio va más allá de lo absoluto.
No pueden ser más exagerados estos insolentes mortales creyendo que una simple tablilla de madera puede detener la peste que se cierne sobre sus hogares y sobre sus familias, donde la corrupción alcanza hasta la más pura de las almas y la más bella de las flores. Solo son aquellos, fuertes de espíritu y de voluntad de rechazo y ceguera los que caen primeros ante la muerte. Porque son incrédulos que no saben aceptar su nuevo orden, su nuevo sumo líder y su dama gobernante.
Solo una dulce muchacha, vestida con un vestido morado y una capucha que impedía ver sus deprimidos ojos dispuestos a llorar por cada uno de los cadáveres ingleses caídos en ese campo, fue capaz de adentrarse tanto en los cuerpos apilados y los pocos camiones que transportaban los restos humanos a quién sabe dónde. Una vez en el medio de toda la masacre: se rompe el silencio con un tranquilo pero escalofriante canto.
Del suelo emergen figuras oscuras y vivas, con una dibujada sonrisa macabra cada una. Las personas normales miran desde sus ventanas y los pocos coches que quedaban en esa zona tuvieron que huir previniendo algún evento.
La doncella se quita su capucha y su vestido morado cae lentamente dejando ver un rostro inexpresivo a comparación del de los demás acompañantes, portando ahora un traje de cuero oscuro. En sus manos giraban ojos surrealistas que variaban del color violeta al negro como si todo lo pudieran ver.
El ruido de sus tacones era el único sonido que se escuchó durante incontables manzanas guiando a su grupo de bandidos, traidores, estafadores, intelectuales, jóvenes y docenas de personas corruptas por los ideales de la doncella. La seguían con fervor hasta una de las maravillas del mundo inglés: el Big Ben.
Ningún alma se atrevía a pasar por esos lugares. La doncella ahora caminaba con un paso más firme y adelantado, casi trotando. Sus secuaces pateaban los escombros y tiraban piedras a las ventanas de los pocos hogares que quedaban. Su líder, ahora envuelta en risas malévolas, ordena con un grito desgarrador¬: “¡Terminen con todo lo que queda, vacíen la existencia de estas estructuras humanas y eliminen a cualquier opositor o insolente que quiera hacer frente a esta inquebrantable decisión!”.
Nadie duda en hacerlo, obviamente. El caos condena a Londres una vez más. El fuego inunda la Torre de Isabel mientras se cae a pedazos, los traidores entran a los hogares de las humiles familias solo para masacrarlas no sin antes torturarlas. Las llamas consumen los barrios adyacentes. Se oyen disparos en la lejanía, muros cayéndose, ni la policía más influyente del país se acercaba.
La obsesiva devoción por la doncella acabó con lo más hermoso y caracterizante de Inglaterra poco a poco. Londres cae como más de la mitad del mundo frente a una potencia dominante que planea llevar a cabo una divina conspiración. Una conspiración sin gente impura, ignorante e insolente.
La doncella se apoya orgullosa en el respaldo de su trono, sonriendo mientras los ejércitos del mundo ponen los ojos sobre ella.
“¡Qué vengan! ¡Aquí los espero! Tendrán que enfrentarse ante mis más poderosas tropas y mis más fieles héroes, contra el caos que originan mis manos, contra mi Divina Conspiración y mi nuevo orden universal. Si deciden venir a seguirme: los aceptaré. En cambio, si vienen a ser una molestia, no solo los eliminare de este mundo: si no del propio tiempo y espacio, donde la historia nunca los recordará ya que nunca existieron.
Todo lo que es nuestro volverá a nuestras manos de vuelta y por derecho divino: nadie nos lo volverá a quitar.”
No pueden ser más exagerados estos insolentes mortales creyendo que una simple tablilla de madera puede detener la peste que se cierne sobre sus hogares y sobre sus familias, donde la corrupción alcanza hasta la más pura de las almas y la más bella de las flores. Solo son aquellos, fuertes de espíritu y de voluntad de rechazo y ceguera los que caen primeros ante la muerte. Porque son incrédulos que no saben aceptar su nuevo orden, su nuevo sumo líder y su dama gobernante.
Solo una dulce muchacha, vestida con un vestido morado y una capucha que impedía ver sus deprimidos ojos dispuestos a llorar por cada uno de los cadáveres ingleses caídos en ese campo, fue capaz de adentrarse tanto en los cuerpos apilados y los pocos camiones que transportaban los restos humanos a quién sabe dónde. Una vez en el medio de toda la masacre: se rompe el silencio con un tranquilo pero escalofriante canto.
Del suelo emergen figuras oscuras y vivas, con una dibujada sonrisa macabra cada una. Las personas normales miran desde sus ventanas y los pocos coches que quedaban en esa zona tuvieron que huir previniendo algún evento.
La doncella se quita su capucha y su vestido morado cae lentamente dejando ver un rostro inexpresivo a comparación del de los demás acompañantes, portando ahora un traje de cuero oscuro. En sus manos giraban ojos surrealistas que variaban del color violeta al negro como si todo lo pudieran ver.
El ruido de sus tacones era el único sonido que se escuchó durante incontables manzanas guiando a su grupo de bandidos, traidores, estafadores, intelectuales, jóvenes y docenas de personas corruptas por los ideales de la doncella. La seguían con fervor hasta una de las maravillas del mundo inglés: el Big Ben.
Ningún alma se atrevía a pasar por esos lugares. La doncella ahora caminaba con un paso más firme y adelantado, casi trotando. Sus secuaces pateaban los escombros y tiraban piedras a las ventanas de los pocos hogares que quedaban. Su líder, ahora envuelta en risas malévolas, ordena con un grito desgarrador¬: “¡Terminen con todo lo que queda, vacíen la existencia de estas estructuras humanas y eliminen a cualquier opositor o insolente que quiera hacer frente a esta inquebrantable decisión!”.
Nadie duda en hacerlo, obviamente. El caos condena a Londres una vez más. El fuego inunda la Torre de Isabel mientras se cae a pedazos, los traidores entran a los hogares de las humiles familias solo para masacrarlas no sin antes torturarlas. Las llamas consumen los barrios adyacentes. Se oyen disparos en la lejanía, muros cayéndose, ni la policía más influyente del país se acercaba.
La obsesiva devoción por la doncella acabó con lo más hermoso y caracterizante de Inglaterra poco a poco. Londres cae como más de la mitad del mundo frente a una potencia dominante que planea llevar a cabo una divina conspiración. Una conspiración sin gente impura, ignorante e insolente.
La doncella se apoya orgullosa en el respaldo de su trono, sonriendo mientras los ejércitos del mundo ponen los ojos sobre ella.
“¡Qué vengan! ¡Aquí los espero! Tendrán que enfrentarse ante mis más poderosas tropas y mis más fieles héroes, contra el caos que originan mis manos, contra mi Divina Conspiración y mi nuevo orden universal. Si deciden venir a seguirme: los aceptaré. En cambio, si vienen a ser una molestia, no solo los eliminare de este mundo: si no del propio tiempo y espacio, donde la historia nunca los recordará ya que nunca existieron.
Todo lo que es nuestro volverá a nuestras manos de vuelta y por derecho divino: nadie nos lo volverá a quitar.”
- Ahome Hohenzollern
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